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múltiples definiciones para el portafolio médico. El punto
en común entre ellas es describirlo como una herramienta
en la que se almacenan o recopilan las competencias que
los estudiantes van adquiriendo a través de sus
experiencias a lo largo de su formación académica,
sirviendo como una evidencia tangible (Agostini, 2015;
Celis-Aguilar & Ruiz-Xicoténcatl, 2018). En el área de la
evaluación formativa, los portafolios médicos juegan un
rol importante. Su fin es que el estudiante obtenga
retroalimentación sobre su proceso de aprendizaje y que
pueda reconocer los elementos a mejorar, mediante un
aprendizaje autorregulado (Wood, 2018).
Con la retroalimentación obtenida, la interacción entre
estudiantes y tutores académicos mejora, siendo un
proceso de monitoreo constante y más accesible. Esto
fomenta una comunicación horizontal, propiciando un
ambiente favorable para el desarrollo académico del
estudiante y pedagógico del docente (Yoo et al., 2020). El
portafolio permite dar seguimiento y registrar las
competencias clínicas y no clínicas que se han ido
desarrollando. Sirve de evidencia para constatarlas. El
portafolio médico permite observar en diferentes etapas el
desarrollo de competencias éticas, así como la
construcción del profesionalismo de los futuros médicos
(Joshi et al., 2015; Heeneman & Driessen, 2017).
En Honduras, la Facultad de Ciencias Médicas (FCM)
de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras
(UNAH) fue fundada el 14 de febrero de 1882 por el
doctor en leyes, Marco Aurelio Soto. Desde el 26 de
febrero de 1882 hasta la actualidad, la FCM es la única
institución pública que ofrece la formación y titulación de
las carreras de Doctor en Medicina y Cirugía y
Licenciatura en Enfermería a la población (Aguilar Paz,
2004). Posteriormente, la carrera de Medicina y Cirugía
fue inaugurada en la Universidad Católica de Honduras
(UNICAH) en 1999 y en la Universidad Tecnológica
Centroamericana (UNITEC) en 2012, ambas instituciones
privadas (Bermúdez-Madriz et al., 2011).
La Carrera de Medicina en las diferentes instituciones
formadoras ha seguido un modelo tradicional centrado en
la evaluación sumativa. En la actualidad, ninguna
universidad del país formadora en el área de la salud
utiliza metodologías de evaluación formativa
debidamente estructuradas. Esto acorde a nuestra
investigación. Mucho menos hacen uso de un portafolio
médico en formato físico o electrónico. Lo anterior puede
relacionarse a su desconocimiento o a falta de recursos
para su implementación (Haldane, 2014).
Esta revisión analizó los aspectos que deben ser
incluidos en la construcción de un portafolio médico
electrónico y el impacto que dicha metodología puede
tener en el proceso de formación médica en Honduras. Se
espera que esta revisión proporcione elementos que
puedan ser utilizados por las diferentes universidades.
Que sea parte de un esfuerzo nacional de mejorar la
formación médica. Que impacte directamente en la
calidad de atención que recibe la población hondureña y
que a su vez enriquezca el perfil académico y profesional
de los egresados de la carrera de Medicina y Cirugía.
2. Métodos
Se llevó a cabo una revisión de la literatura en PubMed
y Scielo. Se incluyeron artículos y estudios publicados en
inglés y español sobre el uso de portafolios médicos y su
impacto en la formación médica. El período de los
materiales comprende desde el año 2012 hasta 2022. Las
excepciones son las publicaciones de Snadden Mary
Thomas (1998), Miller (1990), Aguilar Paz (2004), Atkin
et al. (2005) y Bermúdez-Madriz et al. (2011) por su
relevancia histórica. De igual manera, se consultaron
artículos que abarcaban elementos que sirven como guía
práctica para la implementación del portafolio médico
electrónico en Honduras. Se excluyeron artículos de
opinión o cartas al editor. Se utilizaron términos clave
como “portafolio médico’’, “evaluación formativa’’,
“retroalimentación’’, “educación médica’’ y
“competencias clínicas’’.
3. Desarrollo
En 1990, Miller describe en su libro The Assessment of
Clinical Skills/Competence/Performance como en la
educación médica existen los medios para evaluar las
habilidades, competencias y los conocimientos de los
estudiantes durante la formación de pregrado y postgrado.
Sin embargo, concluyó que estos no son predictores
legítimos del rendimiento que tendrían al enfrentarse a los
casos reales de la vida profesional (Miller, 1990). Los
portafolios, comúnmente usados en las artes y
arquitecturas, ofrecen un espacio para recolectar
información no estandarizada que ayuda a valorar el
rendimiento de los estudiantes de manera individualizada.
Llegan donde la evaluación sumativa no logra acceder
(Agostini, 2015; Alcaraz Salarirche, 2016). Con el fin de
llenar este vacío, la educación superior fue adaptando y
transformando los portafolios como herramientas
evaluativas (Driessen & Tartwijk, 2014), uniéndose
posteriormente a la educación médica.
A pesar de estos esfuerzos, en Latinoamérica prevalece
el enfoque tradicional donde los modelos sumativos se
anteponen (Acosta Silva & Cruz Galvis, 2015). La
metodología de estos modelos consiste en medir los logros
alcanzados en relación con los objetivos de aprendizaje
previamente establecidos de un curso. Sin embargo, la
retroalimentación al estudiante es nula, evitando que se
produzca una guía para el enriquecimiento de su
rendimiento actual y futuro (Cilliers et al., 2012). La
evaluación formativa hace referencia a un proceso cíclico
en el cual el docente analiza a sus estudiantes y recolecta
información para implementar cambios que satisfagan sus
necesidades. Este proceso promueve la creación de
relaciones horizontales entre estudiantes y docentes.
Supera así al modelo tradicional centrado en el docente y