Mi única culpa es no haber sido lo bastante combustible para que a ella se le calentaran a gusto las manos y los pies. Me eligió como una zarza ardiente, y he aquí que le resultó un jarrito de agua en el pescuezo. Pobrecita, carajo.
RESUMEN
Él tenía puesto un atuendo con casaca de cuello alto y de bellos bordados dorados, una cinta con franjas de color amarillo, azul y rojo, que era conocida con el nombre de tricolor, la faja sujetaba su pantalón blanco, llevaba unas botas de cuero altas y un amplio capote sobre sus hombros. Miró la dirección que tenía anotada en un papelito que llevaba en la mano, caminó varias cuadras hasta que dio con el bar Somos.
PALABRAS CLAVE:
cuento, literatura, misterio
SUMMARY
He was wearing an outfit with a high-collared jacket and beautiful gold embroidery, a ribbon with yellow, blue, and red stripes, known as the tricolor. The sash held up his white pants. He wore tall leather boots and a wide cape draped over his shoulders. He looked at the address written on a piece of paper in his hand and walked several blocks until he found the Somos bar.
KEYWORDS:
short story, literature, mystery
Él tenía puesto un atuendo con casaca de cuello alto y de bellos bordados dorados, una cinta con franjas de color amarillo, azul y rojo, que era conocida con el nombre de tricolor, la faja sujetaba su pantalón blanco, llevaba unas botas de cuero altas y un amplio capote sobre sus hombros. Miró la dirección que tenía anotada en un papelito que llevaba en la mano, caminó varias cuadras hasta que dio con el bar Somos.
Cuando ingresó, observó en silencio a los clientes, pasó entre unas mesas y se sentó en una que daba a la ventana, se quitó el capote para sentirse cómodo y lo colocó en el respaldar de la silla. Luego levantó su mirada y observó un televisor de pantalla plana que colgaba en la pared. De pronto, se enfocó en un primer plano, una pelota blanca, después la cámara se fue alejando hasta mostrar los pies de un jugador.
—¡Están jugando Argentina y Brasil! —le dijo un tipo que estaba sentado en una mesa detrás de él.
El hombre le sonrió, y continuó expectante frente a la pantalla. No habían pasado unos pocos minutos, cuando un chico delgado, de pelo rubio, lo atendió y le ofreció la carta. Tras revisarla, pidió un café con leche. Diez minutos después, el mozo trajo el pedido, y se lo dejó sobre la mesa.
Mientras disfrutaba el café, desde la acera, un hombre vestido con una chaqueta de paño azul, pantalón blanco de lana, unas altas botas negras, y un sombrero de copa forrado en hule pasó su mano por el vidrio y le hizo señas con un sable de acero bien bruñido.
Desde la mesa y con una sonrisa de oreja a oreja, lo invitó a que entrara al local. Dentro del bar, un fuerte abrazo sirvió como encuentro.
En otra mesa, una mujer esbelta con un largo cabello liso color negro, de ojos marrones chocolate, piel blanca no europea sino de una tez con tonalidades bronceadas, y vestida con una amplia falda color verde con estampado de flores y una blusa blanca escotada, los miraba con atención tanto por la forma en que estaban vestidos, como la manera de conversar. Sus rasgos le resultaban familiares.
El sujeto de la cinta tricolor era bajo de estatura, de piel trigueña, delgado, pecho angosto, de cabello negro y frente ancha con unas pocas arrugas. El otro era alto, algo fornido, de piel morena tostada por el sol, de nariz aguileña, ojos negros grandes.
Los dos tipos hablaban y reían muy fuerte, sus voces resonaban en todo el lugar. Los clientes que estaban en Somos, volteaban a verlos. La dama los miraba y hacía ligeros movimientos con sus pies, tocando suavemente sus cabellos para llamar la atención. No obstante, los dos hombres seguían con su charla.
El mozo volvió a la mesa. Retiró la taza y dirigiéndose ahora a los dos, preguntó si deseaban algo. El hombre de la cinta tricolor pidió una refrescante cerveza y unas papas fritas. Mientras el joven anotaba el pedido, el varón del sable bruñido hizo un gesto de disgusto. Su compañero, al percibir su mirada, le comentó:
—Es lo que se come en los bares hoy en día, ¿o no?
Una risa se dibujó en el rostro del hombre del sable, y tras una breve pausa, le pidió al mesonero, lo mismo que su amigo. Tras retirarse el chico, ambos sujetos sacaron de sus respectivas casacas, pequeños sobres que intercambiaron como obsequio.
La fémina de tez bronceada se puso rígida, cruzó una de sus piernas y con el pie hizo un pequeño ruido en las patas de la mesa. El tipo del sable bruñido la miró. Volteó hacia su amigo, levantó la ceja y le indicó que viera a la mujer. Con una sonrisa comentaron en silencio lo bella que era.
El mozo volvió a la mesa y les trajo el pedido. Los dos hombres se sirvieron la cerveza y luego abrieron sus paquetes.
—¡Me acabas de regalar el disco compacto de Bob Dylan! —expresó el sujeto de sable.
—Por eso te lo obsequio, tómalo como un gesto de mi parte —dijo el hombre que tenía puesta la cinta—, por cierto, gracias por regalarme el disco compacto de Nino Bravo.
—Che, esperaba un libro, no un disco compacto.
—Bob Dylan es lo que está sonando.
—No te hagas problema, lo voy tomar con aprecio. Mi regalo tampoco fue un libro, porque has leído mucho.
—Sí, tienes razón, pero en este disco de Nino Bravo, está la canción que me encanta.
La mujer se levantó de su silla, y caminó ligeramente moviendo sus caderas hacia la caja para pedir la cuenta. Los dos la miraron con algo de curiosidad. En el mostrador, un señor robusto, dueño del bar, llamaba cada tanto al muchacho que atendía las mesas para preguntarle sobre los clientes. En particular quería saber quiénes eran. El mozo no tenía ni idea. El dueño le pidió que fuera con ellos de nuevo y les preguntara si eran actores de algún teatro cercano, porque llamaban la atención con sus atuendos. El joven con voz algo tímida y con una sonrisa de oreja a oreja obedeció:
—¿Ustedes son de algún grupo de teatro?
Una fuerte carcajada resonó. La mujer llevó su mano hacia la quijada y los miró con interés.
—¡No somos actores! —contestaron al unísono.
—¿De dónde son?
—Si nos miras bien, podrás darte cuenta de dónde somos.
Al mozo se le sonrojaron las mejillas. Despacio fue retirando las botellas y el plato que estaba vacío.
—¿Les traigo algo más?
—Dos cervezas, por favor —dijo el hombre que tenía la cinta tricolor.
La dama le hizo señas al mozo y cuando el chico se le acercó, ella preguntó si ellos le dijeron quiénes eran, pero el muchacho le contestó que no. En la mesa se dieron cuenta, y levantaron más la voz.
—Todas las mujeres son bellas —pronunció el hombre más bajo.
—¡Están hermosas! —exclamó el varón robusto—. En mis viajes a Londres, vi unas damas preciosas, me imagino que cuando vos estuviste por España, también miraste algunas, ¿eh?
—España… España…, me trae grandes recuerdos, funestos y felices. Allí conocí a mi mujer, y luego, de una manera u otra, me transformó en el hombre que soy.
—Che, esa España te llevó a emprender tu rumbo, y por ella nos conocimos también
. —Sí, un país es como una mujer, misteriosa y arrebatadora.
—La mujer que nos está viendo, me recuerda lo que escribió Cortázar en una novela cuyo tí- tulo no logro evocar. En el libro decía: «Mi única culpa es no haber sido lo bastante combustible para que a ella se le calentaran a gusto las manos y los pies. Me eligió como una zarza ardiente, y he aquí que le resulto un jarrito de agua en el pescuezo. Pobrecita, carajo».
—Ese texto está en la novela Rayuela. Qué bien escribía ese Cortázar —comentó el otro, luego levantó los ojos y dijo—: por cierto, ¡la mujer es un continente!
—También es una serie de acertijos, desvelos y laberintos.
—Yo te lo respondo como dijo Bob Dylan: «La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento, la respuesta está flotando en el viento».
—¡Tenés una buena memoria! Y cuando decís las cosas, la decís como un poeta, un escritor.
—Para ser sincero, escribí grandes frases, algunos las leen, las comentan, las escriben en paredes, en libros.
El chico se acercó y retiró las cosas de la mesa. El hombre del sable bruñido, le pidió al mozo que le hiciera el favor de colocar el disco de Nino Bravo. También solicitó dos vasos con whisky. —¿Quiere alguna canción en especial? —preguntó el mozo mientras colocaba en la mesa el pedido.
—¿Puedes dejarlo que suene? —dijo el hombre de la cinta tricolor.
—Sí, caballero.
La mujer continuaba observándolos, y ellos sentían su mirada. La dama se levantó y caminó hacia la puerta para llamar la atención, en eso desde el reproductor se escuchó: Donde brilla el tibio sol / con un nuevo fulgor dorando las arenas…
—¡Me vuelve loco esa canción! —pronunció el hombre de que llevaba la cinta tricolor.
—Che, la letra de la canción es como esa dama —le señaló el varón del sable bruñido.
—¡Voy a hablarle! ¡Es bella!
El otro también se levantó y lo siguió. Los dos se pararon frente a ella.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó la dama.
—Vos sabés quienes somos, porque nos has estado mirando desde que llegamos —dijo el más alto.
—Ustedes se parecen a dos hombres que conocí, amé y me amaron hace tiempo. ¡Uno era Simón y el otro José! —contestó la mujer en voz alta.
Un breve silencio quedó cómplice entre los tres. Desde el bar, el dueño y el mozo no dejaban de mirarlos. El hombre que tenía la cinta tricolor y llevaba el amplio capote, expresó:
—Espero que no te molestes, pero eres una flor primaveral de cuentos mágicos.
—Gracias, me alagas, tenía tiempo de no escuchar palabras hermosas. Hace mucho que me tratan con frases dulces, pero en el fondo, no son ciertas…
—¿Y cuál es tu nombre? —preguntó el varón del sable bruñido. La mujer se les acercó, se tocó el cabello de manera muy coqueta, luego con una suave voz les dijo:
—Yo soy América.
