Ensayos académicos
Noviolencia y Resistencia Civil: una mirada teórica desde la lucha social
Nonviolence and Civil Resistance: a theoretical view from social struggle
Não violência e resistência civil: um olhar teórico a partir da luta social
Revista Latinoamericana, Estudios de la Paz y el Conflicto
Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Honduras
ISSN: 2707-8914
ISSN-e: 2707-8922
Periodicidad: Semestral
vol. 3, núm. 5, 2022
Recepción: 13 Agosto 2021
Aprobación: 03 Noviembre 2021
Cómo citar / citation: Ameglio, P. (2022). Noviolencia y Resistencia Civil: Una Mirada Teórica desde la Lucha Social, Estudios de la Paz y el Conflicto, Revista Latinoamericana, Volumen 3, Número 5, 201-215. https://doi.org/10.5377/rlpc.v3i5.12795
Resumen: El artículo plantea un abordaje epistémico desde la relación acción-reflexión-acción, acerca de una mayor conceptualización de la resistencia civil y la lucha social noviolenta, en su interacción, sobreposición y especificidades. Para ello, se partirá de la integración y discusión de enfoques y experiencias de diferentes autores y luchadores sociales, a partir de ejes conceptuales como la desobediencia, el poder, la construcción de armas morales y noviolentas, la toma de conciencia de los cuerpos y sus identidades, los niveles de las acciones. Finalmente, se hará un análisis, desde estas variables, de la resistencia civil noviolenta de los familiares de víctimas de desaparecidxs y asesinadxs en México, a partir de las Brigadas Nacionales de Búsqueda.
Palabras clave: Noviolencia, resistencia civil, desobediencia, no-cooperación, lucha social.
Abstract: The article proposes an epistemic approach from the action-reflection-action relationship, about a greater conceptualization of civil resistance and nonviolent social struggle, in their interaction, overlap and specificities. To do this, it will start from the integration and discussion of approaches and experiences of different authors and social fighters, based on conceptual axes such as disobedience, power, the construction of moral and nonviolent weapons, the awareness of bodies and their identities, levels of actions. Finally, an analysis will be made, from these variables, of the nonviolent civil resistance of the families of victims of disappearances and murders in Mexico, based on the National Search Brigades.
Keywords: Nonviolence, civil resistance, disobedience, non-cooperation, social struggle.
Resumo: O artigo propõe uma abordagem epistêmica a partir da relação ação-reflexão-ação, sobre uma maior conceituação da resistência civil e da luta social não violenta, em suas interações, sobreposições e especificidades. Para isso, será baseada na integração e discussão de abordagens e experiências de diferentes autores e lutadores sociais, a partir de eixos conceituais como a desobediência, o poder, a construção de armas morais e não violentas, a consciência dos corpos e suas identidades, níveis de ações. Por fim, será feita uma análise, a partir dessas variáveis, da resistência civil não violenta de familiares de vítimas de desaparecimentos e assassinatos no México, com base nas Brigadas Nacionais de Busca.
Palavras-chave: Não violência, resistência civil, desobediência, não cooperação, luta social.
EXTENDED ABSTRACT
We attempt to build a “reality principle” around two terms which are used frequently in social struggle and in the search for peace, but not very well known in their theoretical and historical aspects in Latin America. Building on concrete experience, we explore different conceptualizations and problem definitions, practices and ideas concerning nonviolence and its links with civil resistance and disobedience. We also present associated terms in different cultures and weltanschauungs. Furthermore, we will introduce, for collective discussion, a summarized series of basic and universal principles, from the author’s mainly epistemic point of view, based on concrete actions, centered on processes of humanization, disobedience in response to inhuman orders, and social struggle.
Taking a slightly different approach to nonviolent civil resistance, we will examine the development and practice of this strategy as a way of breaking the “lack of symmetry in power” which exists in the social order, and building the empowerment of individuals committed to actions in defense of justice, as well as a shift in social relationships and power vis à vis the adversary. In this sense, we take a particularly detailed look at “moral weapons”, “moral force”, “moral reserve” and “moral frontiers”. In the conclusions, we reflect upon conceptualizations and experiences gleaned from the events described, on the base of the Mexican quest by relatives of victims of forced disappearance, and murder in the ongoing war.
1. INTRODUCCIÓN
Este artículo es un intento reflexivo humilde pero original, de toma de conciencia a través de una conceptualización en permanente evolución, nacida de experiencias muy concretas de más de tres décadas dentro de esta cultura, desde la conflictividad hasta la educación, desde la acción directa hasta la teorización y la academia: educación popular y para la paz con niñas y niños en riesgo de calle; educación autónoma zapatista; luchas sociales ambientales y de derechos humanos; acciones de paz en medio de guerras; acompañamientos a familiares de víctimas en la muy mal llamada “guerra contra el narco”; docencia, escritos, videos y talleres en diferentes espacios y geografías. Estos espacios de acción y reflexión social, donde siempre nos han enseñado sus actores y actoras a cómo humanizarnos y luchar para construir un mundo más justo e incluyente -desde la noviolencia y la resistencia-, son el “principio de realidad”, el marco situacional, desde donde parte nuestra teorización. Todo lo que se afirma es sencillo pero tiene un principio de realidad atrás vivencial y teórico, muy concreto.
Para ello, me basaré -textualmente y no- en tres textos emblemáticos para mí, precisamente de épocas (casi veinte años de diferencia entre dos), estilos y experiencias muy distintas, con el objetivo de poder construir también una reflexión diacrónica y no sólo sincrónica1. La base teórica que está detrás tiene que ver, entre muchos autores, con algunos clásicos de la acción noviolenta y la resistencia civil (Gandhi 1983, Luther King 1989, Sharp 1984, Randle 1998), de la cultura de la paz (Lederach, 1984), así como de la epistemología (Foucault 1991, Canetti 1997, Marín 1996) en relación a la desobediencia, al poder y a la lucha social.
Quienes nos conocen saben perfectamente que uno de mis axiomas educativos y prácticos es nunca trabajar con manuales o recetas mecánicas preestablecidas, ni hacer catecismo, ejercicios de lluvia de ideas u opiniones, ni regar información sola sin constituirla en algún tipo de conocimiento -conceptualización- útil para el principio de realidad de quienes compartimos ese espacio de acción-reflexión-acción. Así que este texto lejos de ser una recopilación catequética es un recorrido por un camino humilde pero real, de acumulación epistémica y de acción.
2. NOVIOLENCIA COMO HUMANIZACIÓN
Durante más de tres décadas hemos compartido talleres, cursos y charlas en todo tipo de grupos, organizaciones sociales y espacios académicos -interculturales e interclasistas- y casi siempre ha estado presente reflexiva o polémicamente la conceptualización de base de la noviolencia, en comparación o antagonismo con la propia experiencia directa de la población involucrada en esa acción. En América Latina, particularmente, ya está muy extendido el uso de este término con otro pegado: activa. El mismo Gandhi (1983), a inicios del siglo XX en Sudáfrica, percibió que la idea de “resistencia pasiva” con que los hindúes habían definido su forma de lucha por largo tiempo, resultaba cada vez más insuficiente para caracterizar una forma más radicalizada hacia los adversarios de lucha que él y sus grupos iban descubriendo, perfeccionando e impulsando. Así, en un concurso público convocado por su periódico, Maganlal, hijo de Gandhi, inventó el término de satyagraha que significa “la fuerza de la verdad”, con “v” minúscula porque la Verdad con mayúsculas sólo es alcanzable por dios, e incluso es sinónimo de dios. Este concepto fue permanentemente asociado por Gandhi (1983), con otro religioso muy antiguo como es el ahimsa, que significa no causar daño a ningún ser vivo.
El prejuicio que siempre hemos visto que se genera con el uso del término noviolencia (no nos parece una palabra muy precisa), surge por su asociación reduccionista como una negación de la violencia. En ese sentido, hemos insistido en escribir la conjunción de las dos palabras (no y violencia) en forma unida, sin separación o guiones, para puntualizar una cultura que rebasa la simple oposición a la violencia, y que conlleva formas de humanización, de relación con los adversarios, de procesos de justicia social, de desobediencia y responsabilidad civil. En parte, sucede algo similar, con una concepción íntimamente asociada que es la de paz: paz armada o negativa (hay paz si no hay guerra), y paz positiva o justa y digna (Lederach, 1984).
Siempre a lo largo de la historia, los pueblos en lucha social de resistencias civiles o sociales llamadas “pacíficas”, han buscado denominar a sus formas de lucha de muy diversas maneras para hacerlas también más entendibles ante la población solidaria, antes los adversarios y el mundo; como afirma la epistemología piagetiana, conceptualizar mejor ayuda a una mayor toma de conciencia y por tanto construye mejores acciones. Estas conceptualizaciones colectivas se han buscado enraizar desde valores o lenguajes autóctonos, interculturales y apegados a procesos históricos y experiencias de esas sociedades. Así, en el movimiento afroamericano de los 50s y 60s, bajo el liderazgo del pastor bautista Martin Luther King, se usó la idea bíblica de la fuerza del amor; en el movimiento popular masivo y también inspirado en la fe cristiana en Filipinas para derrocar al presidente Marcos (1986), se habló del poder del pueblo; en la ex_Checoslovaquia en la lucha contra el totalitarismo soviético el liderazgo de Vaclav Havel (1992) y otros intelectuales, usaba la expresión del poder de los sin poder; los franciscanos antibélicos de Pace e Bene en Estados Unidos hablan de el “Poder de la debilidad” (Fracchia, 1994); en las luchas sociales pacíficas mexicanas actuales se hace referencia a la resistencia civil.
Ahondando en el contenido del término noviolencia, y no sólo en los conceptos sinónimos, para Gandhi (1985) -quien le dio una práctica y sistematización modernas-: “es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición, tan antigua como las montañas. No es una virtud monacal destinada a procurar la paz interior y a garantizar la salvación individual, sino una regla de conducta necesaria para vivir en sociedad, ya que asegura el respeto a la dignidad humana y permite que progrese la causa de la paz, según los anhelos más fervientes de la humanidad. La noviolencia no consiste en ‘abstenerse de todo combate real contra la maldad’. Por el contrario, veo en la noviolencia una forma de lucha más enérgica y más auténtica que la simple ley del talión, que acababa multiplicando por dos la maldad. Contra todo lo que es inmoral, pienso recurrir a armas morales y espirituales. A mi juicio, la noviolencia no tiene nada de pasivo. Por el contrario, es la fuerza más activa del mundo…Es la ley suprema. No se puede ser noviolento de verdad y permanecer pasivo ante las injusticias sociales… La noviolencia y la cobardía se excluyen entre sí. Si no hay auténtica intrepidez tampoco hay verdadera noviolencia” (Gandhi, 1985, pp. 130-134).
En lo espiritual, uno de los discípulos más cercanos e íntimos del Mahatma, Vinoba Bhave, quien impulsó -después de la muerte de su maestro- caminando décadas en la India una gran reforma agraria (boodan), decía que era “una fuerza espiritual de gran poder” (Vinoba, 1994, p. 171). Desde el cristianismo, un gran personaje en la introducción de la noviolencia en México desde los sesenta cuando nadie la conocía aún, el misionero maryknoll Donald Hessler nos desafiaba y provocaba afirmando que “la noviolencia es la más violenta de las violencias, pero no usa armas que destruyen al adversario sino que buscan un cambio en él hacia la verdad y la justicia…es una fuerza humilde y audaz a la vez” (Hessler, 2010, p. 28).
Enfocándonos ahora más hacia la noviolencia sobre todo como una forma de acción directa de lucha social, el movimiento mundial contra la guerra (WWR) afirma en sus manuales que la noviolencia “se basa en el deseo de terminar con toda la violencia, ya sea la violencia física o la que se ha dado en llamar ‘violencia estructural’ y ‘violencia cultural’ sin emplear más violencia… Para algunas personas, la noviolencia es una forma de vida. Para todas, es una forma de acción que defiende la vida, denuncia la opresión y reconoce el valor de cada persona… nuestra determinación de no destruir a las personas” (WWR, 2015, p.9).
A su vez, desde lo académico, el profesor español Mario López agrega otro ángulo de enfoque al sostener que “la clave está en no dejarse deshumanizar a pesar de las adversidades… Podríamos decir que la noviolencia es una manera de humanizar los conflictos, de humanizar las relaciones entre los seres humanos…la noviolencia es no dejar que los procesos y las estructuras nos conduzcan a deshumanizar a otras personas o, directamente, a los adversarios” (López, 2017, p. 24).
Como complemento, podemos aportar un aspecto original a partir de nuestras últimas décadas de trabajo epistémico y de acción directa -individual y social- que se centra -en parte- en la consigna acuñada por el dr. Juan Carlos Marín de aprender y practicar cada día la “desobediencia debida a toda orden inhumana” (Marín, 2014, p. 49)2, puntualizando que lo inhumano es en el sentido de “deshumanizante”; esto implica un pensamiento complejo en cuanto a la construcción de conocimiento y acciones.
Finalmente, podríamos intentar sintetizar que estas concepciones -y muchas otras- reflejan permanentes discusiones entre enfoques que creemos complementarios, acerca de la noviolencia como un conjunto de valores para la vida cotidiana o una serie de prácticas de la lucha social. Nos parece que ver ambos aspectos en forma dicotómica -o a veces hasta opuesta- es una forma de no entender y practicar la esencia de esta cultura, donde el fin y los medios deben estar íntimamente ligados, y no puede correrse el riesgo de realizar acciones directas simplemente como tácticas coyunturales, que muchas veces tengan por objetivo reproducir situaciones de injusticia o violencia social. Bien decía Gandhi que la felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía.
Por tanto, nos parece fundamental considerar a la noviolencia como una “totalidad” e “integralidad”, aunque ayuda también conocer que los procesos individuales y sociales han construido espacios diferenciados como la filosofía, la espiritualidad, la educación, la acción directa, la economía, la organización comunitaria y política. Es verdad que muchas veces la asociación principal es con la acción directa, pero sin tomar en cuenta que el objetivo central es lograr romper la “asimetría de poder”, o sea construir una “igualación de poder” con el adversario en conflicto, para poder pasar a una etapa de resolución positiva de las demandas justas. Al respecto, Gandhi (1985) -que siempre cuidaba mucho el aspecto de legitimidad, otredad y organización en las acciones- afirmaba que no se podía esperar treinta años a que el adversario cambie, por eso aplicamos la noviolencia.
Asimismo, también es cierto, en parte, que la filosofía de base noviolenta -antigua como las montañas- se ha inspirado en diferentes tradiciones humanistas, religiosas, espirituales, culturales, políticas y económicas de la humanidad. Así, para los cristianos Jesús fue el modelo del noviolento, sobre todo en el pasaje tan difícil del “amor al enemigo”; los pueblos originarios latinoamericanos ven la noviolencia en la relación íntima con la tierra “Pacha Mama” o el Lekil Kuxlejal (Buen Vivir); para los budistas la compasión y el desapego son la forma de escapar de la violencia y el sufrimiento; Mahoma hablaba de “no hagas daño y no recibirás daño”. Quizás el principio más universal en el que todas las diferentes tradiciones concuerdan pudiera ser: no hagas al otro y a la otra lo que no quieres que te hagan a ti.
3. RESISTENCIA Y DESOBEDIENCIA COMO ARMAS MORALES
Al hablar de resistencia y desobediencia civil3 siempre hacemos referencia sea a las caracterizaciones de la estrategia que a las de la táctica en la acción (Marín, 1981, pp. 34-35, 43, 53, 59), y entendemos la concepción de resistencia unida íntimamente a la de “resiliencia” -programa constructivo en el gandhismo y autonomía en el zapatismo-, o sea que se resiste a una adversidad violenta e injusta pero a continuación se busca construir una alternativa noviolenta de orden social en el aspecto o territorio del enfrentamiento. Por ello, iniciaremos antes con algunas conceptualizaciones acerca de las implicaciones del “resistir” y el “desobedecer”, prerrequisitos reflexivos claves para adentrarse en este tipo de acción.
Foucault apuntaba a que “desde el momento mismo en que se da una relación de poder, existe una posibilidad de resistencia. Nunca nos vemos pillados por el poder: siempre es posible modificar su dominio en condiciones determinadas y según una estrategia precisa” (Foucault, 1980, p. 258-259). Asimismo, se puede subdividir en una primera instancia general, a la resistencia como “pasiva” (negarse a obedecer algunas órdenes) o como “activa” que implica tener una iniciativa de acción y movilización social directa, contra ciertas órdenes que se consideran ilegales o ilegítimas. Lo que está detrás es una impugnación y ruptura con formas de colaboración hacia diferentes sujetos sociales que se considera nos producen daño.
En la resistencia pasiva se va estableciendo un equilibrio inverso con la identidad del otro que busca la continuidad, se trata de una relación de fuerzas opuestas enfrentadas pero que no buscan llegar a una ruptura; en la desobediencia (resistencia activa) este equilibrio se rompe. La diferenciación entre pasiva y activa, el Mahatma la planteaba como resistencia “cotidiana o encubierta” o “abierta y civil”. En el primer caso, se refiera a hechos sociales donde la confrontación -por el carácter represivo y totalitario del adversario- no puede abrirse al espacio público amplio, y se opta por acciones simbólicas en la esfera privada o de la cotidianidad. En el caso de las formas de resistencia civil sí se confronta pública y abiertamente al poder opresor, en terrenos que pueden ir desde los legal hasta las calles y caminos, desde lo político y filosófico hasta lo ecónómico y social, entre otros (Ameglio, 2002, pp. 119-120).
Gandhi en el Hind Swaraj (cap. XVI) también asociaba el tema de la resistencia con el de la fuerza: “Está fuera de discusión que una petición sin el apoyo de la fuerza es inútil… Una petición sostenida por la fuerza es la petición de un igual y cuando él transmite su demanda bajo forma de petición, ésta testimonia su nobleza. Las peticiones pueden ser sostenidas por dos tipos de fuerzas. Una es: ‘Les haremos daño si no nos darán lo que les pedimos’; es la fuerza de las armas… El segundo tipo de fuerza puede ser expresada así: ‘Pueden gobernarnos sólo en la medida que nosotros aceptemos ser gobernados; ya no tendremos nada que ver con ustedes’. Este tipo de fuerza puede ser descrita como la fuerza del amor o la fuerza del alma (o la fuerza de la verdad), o en términos más populares, pero menos precisos, resistencia pasiva. Esta fuerza es indestructible… La fuerza de las armas es impotente si se contrapone a la fuerza del amor o del alma” (Ameglio, 2002, p.120).
El resistir, a su vez, está profundamente ligado al enfrentar y desobedecer, porque de origen presenta una ruptura con algún aspecto del orden social dominante, en el cual somos construidos, domesticados por disciplinamiento (diferente a disciplina) desde la familia, la escuela, la socialización, el trabajo, la política… y en los demás aspectos de la vida, alrededor de un valor primordial, como afirma Juan Carlos Marín: “La obediencia anticipada a ejercer un castigo cuando una autoridad nos lo demanda”, donde “el castigo en realidad encubre a un enfrentamiento y aparece como un acto de justicia” (Ameglio, 2002, p. 129).
De esta manera, el orden social instala en nuestros cuerpos el operador de la “obediencia” apenas nacemos, en forma de “imperativo social y moral” que en caso de ser violado recibe una gama muy variada y compleja de castigos (Piaget,1985, pp. 169-177) o premios (el reverso pero con la misma lógica), asumidos legítima y necesariamente por el principio jerárquico de autoridad. Así, casi sin toma de conciencia, se va construyendo acríticamente la legitimización de uno de los pilares de la violencia normalizada que sustenta al orden social en su raíz: la relación -casi simbiótica y mecánica- entre obedecer, castigar y autoridad. Esa normalización se reproduce ampliamente por una imitación inconsciente (todos lo hacen, la autoridad es necesaria) que privilegia la pasividad a partir de los innumerables estímulos y premios que la familia, las escuelas, las iglesias, la sociedad y el mundo laboral otorgan inmediatamente. Para Gramsci, esta es una forma de captura ideológica de todos los sectores sociales, que se da por una "invitación a la complicidad" (Lombardi, 1975, p.116), de parte de las clases hegemónicas.
Ahondando en la construcción de la epistemología que cimienta la lógica de operación en nuestro orden social y cómo enfrentarla, el autor y director de teatro Vaclav Havel, que fue uno de los disidentes que encabezó la resistencia al totalitarismo soviético desde los sesenta hasta la revolución de terciopelo (1989) y primer presidente de la república checa, reflexionaba respecto a las raíces del dominio dictatorial que sufría Checoslovaquia: "...cada uno ayuda al otro a ser obediente. Ambos son objetos de un sistema de control pero a la vez también son sujetos. Los dos son víctimas e instrumentos del sistema… (que es) algo que permea a la entera sociedad (...). Esto es más que un simple conflicto entre dos identidades. Es algo peor: es un desafío a la misma noción de identidad" (Havel, 1992, pp. 143-193). Así vemos cómo nuestra obediencia reproduce al sistema de dominación, y, según Havel. Para enfrentarlo, se corroe al poder con la resistencia cultural, que va creando otra cultura alternativa; resistir a veces desde lo que llamaba pre-político va creando condiciones posteriores y más seguras para lo político, y se construyen una "vida independiente de la sociedad" y "estructuras paralelas" en una "segunda cultura". Estas estructuras paralelas son el espacio donde se empieza a articular esa experiencia de resistencia para vivir en la verdad, en la desobediencia a lo establecido por la autoridad (Havel, 1992, pp. 143-193).
Vayamos ahora más a fondo en lo que conlleva esa acción o lógica -a veces complementaria, a veces simbiótica con la resistencia- de la desobediencia (Ameglio, 2019a). ¿Qué implica, cómo se construye, qué consecuencias tiene? Stanley Milgram es una fuente a la que recurrimos todas y todos, por su rigor e investigación emblemáticas en los sesenta a partir de la pregunta de cómo se pudo construir el genocidio nazi, cuya respuesta demostrada científicamente fue que por la obediencia ciega a la autoridad de gente igual a nosotras y nosotros. En su investigación señalaba que: “La desobediencia es el último medio por el que se pone fin a una tensión...reformula la relación entre sujeto y autoridad... (se crea un) carácter totalmente desconocido de la relación que (se) espera tras la ruptura...(es) un camino difícil que sólo una minoría entre los sujetos es capaz de seguir hasta su conclusión” (Milgram,1980, pp. 152-153).
De ahí que la desobediencia no sea así un acto destructivo sino que, por el contrario, se trata de un acto profundamente creativo, innovador, activo, que recupera el propio grado de libertad al permitirnos romper con una dependencia que no nos permite ser en la plenitud de nuestra identidad, también es original al máximo pues plantea una nueva relación social impugnadora del orden preexistente. Por eso, “la noviolencia activa es también una forma para desarmar al adversario en medio de situaciones de alta violencia y confrontación. Lo que sucede es que se rompe así una relación de colaboración implícita, basada en una legalidad, en un acuerdo tácito, que en esas precisas condiciones reproduce la injusticia social. Esta situación se va desarrollando a través de algo muy complejo: la construcción de un ‘territorio moral’ por parte de la sociedad que se rebela éticamente, principalmente a través del uso de su reserva y armas morales (Marín, 1996)4, con lo que se sitúa la lucha en un terreno favorable a la acumulación histórica de esa cultura encarnada en las mayorías” (Ameglio, 2002, pp. 131-132).
Profundizando el tema,
Juan Carlos Marín agrega que ‘al problema de las armas morales, que es complejísimo, se le debe incorporar esta noción de toma de conciencia’. Dicho autor, al analizar los tres estadios que plantean las investigaciones de Jean Piaget acerca de la construcción del juicio moral y la incorporación propia que todos hacemos de un sistema normativo de comportamiento, apunta algo importante para entender con más profundidad las implicaciones de las acciones gandhianas: ‘El tercer estadio es una especie de estadio de descentramiento…tiene un extremo de desarrollo cuando las relaciones sociales que se constituyen son relaciones sociales autónomas de cooperación… entre iguales’ (Piaget, 1985), cuyo punto de partida es la crisis de la autoridad anterior y la constitución de la propia autoridad. Ya no se trata del autoritarismo autista del primer estadio, sino que se centra en el propio individuo: las normas ‘las construyo yo’; y termina con la crisis de eso y la apertura hipotética histórica en cada individuo de la construcción colectiva… Este proceso Piaget lo constituye ‘como un ámbito peculiar que lo llama el de la toma de conciencia’ (Marín, 1985, pp. 340-341), teniendo en cuenta que la ‘toma de conciencia supone la construcción de un conocimiento original y que construir ese conocimiento original supone una crisis, un proceso, que si bien colectivo social, es ejercido individualmente’ (Marín,1986, p. 82). (Ameglio, 2002, pp. 132-133).
El gandhismo y el zapatismo construyeron como complemento indispensable a la desobediencia civil, sus programas constructivos de autogobierno o autonomía, que están centrados en la transformación de las identidades individuales y sociales con quienes luchan en cuerpos entrenados y conscientes para desafiar al poder que los deshumaniza oprimiéndolos y despojándolos. Para este complejísimo proceso social colectivo y comunitario a gran escala, el gandhismo dedicó muy específicamente a masas de voluntarios de 1919 a 1930, y el zapatismo -con otras características- de 1985 a 1993. Ambos movimientos sociales habían tomado conciencia que sin esos cuerpos (re)construidos con conocimientos y determinaciones morales crecientes, no se podía enfrentar al opresor.
4. LA RESISTENCIA CIVIL NOVIOLENTA: CONOCIMIENTO, PODER Y CUERPOS
Como afirmábamos al inicio, la noviolencia -por algo de ambigüedad en su término- ha sido denominada en formas muy diferentes por las luchas sociales mundiales que la han retomado, y particularmente en México se le conoce como resistencia civil pacífica. Esta caracterización muy genérica frecuentemente en México se confunde con pacifismo o “pacificación”, que son dos conceptualizaciones usadas recurrentemente por el poder político y sus aliados. Además, casi que toda forma de lucha abierta y pública, frente a las injusticias y violencias, se engloba como resistencia civil, con múltiples y muy creativas acciones que van desde la cultura y lo simbólico hasta la desobediencia civil y las armas, en defensa de los recursos naturales y territoriales, los usos y costumbres y las culturas.
Analizaremos ahora una serie de elementos centrales, a partir de nuestras experiencias concretas mexicanas y de otras tierras acumuladas en estas décadas, acerca de ciertas características de las acciones de la resistencia civil noviolenta, que permitan instalar con claridad las luchas en el plano de la “ofensiva estratégica noviolenta” (Ameglio, 2010, p. 171):
Michael Randle, teórico inglés del tema, en su definición parte de una idea fundamental a considerar en la toma de conciencia de los luchadores sociales -diría que de cualquier tendencia-: “La resistencia civil es un método de lucha política colectiva basada en la idea de que los gobiernos dependen en último término de la colaboración, o por lo menos de la obediencia de la mayoría de la población, y de la lealtad de los militares, la policía y los servicios de seguridad civil… Funciona a base de movilizar a la población civil para que retire ese consenso, de procurar socavar las fuentes de poder del oponente, y de hacerse con el apoyo de terceras partes” (Randle,1998, p.25).
Anteriormente, el mismo Gandhi iniciaba su Programa Constructivo de la India (1941) especificando cuál era la lógica epistémica desde donde observar y analizar las relaciones políticas y de poder entre la población hindú y los colonizadores ingleses:
Hace mucho tiempo que estamos acostumbrados a pensar que el poder emana únicamente de las asambleas legislativas. Considero esta creencia como un grave error, debido a la inercia o al efecto de una sugestión colectiva. Un estudio superficial de la historia británica nos ha llevado a creer que el poder es confiado al pueblo por las asambleas parlamentarias. La verdad es que el poder viene del pueblo y que para un tiempo determinado confiamos su ejercicio a los representantes del pueblo que hemos escogido. El parlamento no tiene ningún poder, ni existencia siquiera, independientemente del pueblo. Durante estos últimos veinte años me he esforzado en convencer al pueblo de esta verdad tan sencilla. La desobediencia civil es la llave del poder. Imaginemos a un pueblo entero negándose a conformarse con las leyes vigentes y dispuesto a soportar las consecuencias de esta insubordinación. (Ameglio, 2002, pp 305-306)
Y en otro texto similar al de Randle, ahondaba esta concepción:
Hasta a los gobiernos más despóticos les es imposible permanecer en el poder sin el acuerdo de sus gobernados. Es verdad que el déspota cuenta muchas veces, gracias a la fuerza, con el consentimiento del pueblo. Pero apenas el pueblo deja de temer a la fuerza del tirano, su poder se derrumba. La democracia no está hecha para los que soportan como borregos. En un régimen democrático, cada individuo guarda celosamente su libertad de opinión y acción. (Gandhi, 1971, p.228).
Continuando con esta caracterización primaria de la resistencia civil, un segundo elemento
Clave para esta caracterización, está en la concepción de fuerza, en su carácter material, psicológico y moral…que en la lucha noviolenta nace de la acumulación moral, y adquiere relevancia al articularse colectivamente con otras fuerzas materiales similares en la no-cooperación o la desobediencia civil. Así, podemos constatar que antes que en el plano de los cuerpos y lo material, la lucha se presenta en el plano de la confrontación e impugnación moral, donde tiene una centralidad determinante lograr evidenciar ante las masas y las fuerzas del adversario la injusticia de sus posturas. Por tanto, resulta fundamental plantearse antes de las acciones, la necesidad que éstas acumulen fuerza moral, que sumen más gente, su relación con la legitimidad social y el orden de lo legal, el uso que se haga de las armas morales y de la ‘reserva moral’. (Ameglio, 2011, p.173).
Con base en lo anterior, podríamos decir que la lucha social arranca desde la apropiación y transmisión al público a partir de una impugnación moral, que si se logra instalar correctamente en la sociedad se podrá hacer avanzar la lucha y se transformará también en una acumulación material de identidades sociales y cuerpos lo más amplias posibles capaces de enfrentar al poder con sus acciones ilegítimas, a partir de la construcción de acciones resistentes de interposición de cuerpos. Así, la presión moral se conjuga con la física.
En el terreno de la acumulación e impugnación moral -reflejada en lo material también si la lucha avanza positivamente, incluso llegando a ser casi sinónimas-, resulta a cada paso más decisivo el cuidar la coherencia en la relación entre los medios tácticos y los fines estratégicos de cada etapa. Sin esa relación congruente -también en mucho en el espacio público- es como querer que de una semilla podrida nazca un buen árbol (Gandhi,1985)5. Profundizando en este aspecto, encontramos importante reflexionar el carácter epistémico de la lógica que atraviesa nuestras acciones: con frecuencia se puede dar el caso que luchemos, nos organicemos y mantengamos relaciones sociales desde la lógica violenta egocéntrica y jerárquica que tanto criticamos del adversario, aunque los fines sean justos y legítimos. Esta paradoja dolorosa, es una forma más en que el orden social deshumanizante penetra nuestros cuerpos y organizaciones en la lucha.
La centralidad del punto anterior y de la acumulación de fuerza moral, no es una postura moralista ni moralizante, sino que toca un aspecto clave en este tipo de lucha que es la importancia legítima de sumar cuerpos y apoyo público a la causa y así lograr romper el encierro que el poder construye -declarativa, mediática, económica, social, política y represivamente- a nuestro alrededor.
El complemento ideal a esta suma pública de cuerpos para la causa, sería de una gran complejidad donde la población pase de un estadio de solidaridad a uno de lucha, habiendo ya atravesado del de la indiferencia o apatía al de la solidaridad. Pero esto exige una vuelta de tuerca epistémica clave: que se sienta empatía con los afectados o afectación (in)directa por la causa de la lucha sobre los propios intereses, ideales, moral o cuerpos. Entran allí muchas veces aspectos de reflexión acerca de la incorporación a mi identidad de la identidad de otros, de una mirada más amplia y compleja de lo que son mis intereses personales y familiares, del manejo del miedo y el impedir que éste se convierta en aterrorizamiento.
Pasando ahora al plano de las acciones o tipos de resistencia civil noviolenta, existen algunos algunos puntos fundamentales, generalmente como inobservados o inobservables sociales, pero que son decisivos en la planeación. Por ejemplo, no siempre es claro lo obvio, y menos conceptualizado-teorizado con rigor desde las experiencias: las acciones tienen niveles que dependen de muchas e interrelacionadas variables, que si éstos cambian también cambia la acción, aunque externamente parezca que es la misma; el adversario también lucha y las 24 horas. Por tanto, la reflexión estratégica en una lucha pasa por conocer -no sólo tener información- las acciones propias y del adversario en su real dimensión y no en la apariencia de ideologización o ilusión, sobreponiendo o confundiendo los avances positivos con la fetichización de las causas justas o de cierto tipo de acciones llamadas “contundentes” o “radicales” -que luego se demuestra que no lo son y a veces hasta constituyen “trampas” o “anzuelos” del adversario- creyendo que automáticamente construyen legítimidad, sin medir y comparar con las apropiaciones de cuerpos, recursos materiales y legitimidad públicas (fuerza moral) del adversario. Es siempre estratégica la reflexión colectiva del propio bando en cuanto a las relaciones de fuerza existentes en lo legal y legítimo; a cuál será el proceso y gradualidad de las acciones en la lucha, que depende de muchos factores incluso imprevistos, que hacen que permanentemente deba actualizarse el principio de realidad estratégico y táctico (Ameglio, 2019b).
En relación a cómo determinar el tipo de acciones a implementar, “las primeras coordenadas serán siempre espacio y tiempo: el análisis de la coyuntura, de los tiempos cortos hasta los largos, los lugares donde más se evidencian públicamente las protestas y donde el cuerpo del adversario tiene un interés más directo y/o frágil; la relación de las propias fuerzas materiales y morales con respecto a las del adversario. Sería el ‘principio de realidad’ básico desde donde partir. En este contexto de reflexionar la actual identidad del otro, y en una autorreflexión de nuestros objetivos y fuerzas, es donde deben insertarse las estrategias y tácticas de la resistencia civil; empezando por diferenciar los niveles de la planeación: distinguir tiempo, espacio y actores a quiénes van dirigidas las acciones. En la variable temporal, existe una interacción entre los tiempos personales-grupales propios, los tiempos sociales y los del adversario directo. La decisión del lugar donde realizar la acción táctica es fundamental, y generalmente es uno de los aspectos más descuidados y abandonados a la rutina; se acaba por ir siempre al mismo lugar: las plazas, y no en cambio a los lugares donde viven, despachan y actúan los sujetos y sus familiares a presionar o tocar en su identidad, por tanto, se hace mucho más difícil que ellos nos vean o escuchen, que sientan una verdadera presión social. Así, la variable espacial está muy ligada a la de los sujetos (u objetos) a quienes van dirigidas las acciones, pues de esta elección -la lógica topográfica que apuntábamos antes- depende el lugar escogido para buscar la relación de fuerza” (Ameglio, 2010, p.175).
El tiempo y el espacio cambian la acción, aunque el tipo sea el mismo: por ejemplo, una marcha -con la misma gente y cantidad- al zócalo es una acción muy diferente a una marcha idéntica a un cuartel militar o palacio de gobierno, aunque ambos tipo de acción sean marchas. De ahí que en el análisis táctico se deba prestar atención espcial a la temporalidad y espacialidad, antes que al tipo de acción, y también considerar muy específicamente la proporcionalidad en la “espiral de la noviolencia” de esa acción frente a la acción que se enfrenta del adversario desde la “espiral de la violencia”.
La elección de los objetivos -inicialmente tácticos- es muy importante en varios aspectos, desde la estrategia pero también desde la suma de cuerpos sociales a la causa. La “marcha de la sal” gandhiana (1930) y la “marcha del color de la tierra” zapatista (2001) son dos muy buenos ejemplos sobre cómo plantear masivamente objetivos entendibles, legítimos, cercanos a los intereses mayoritarios y posibles de alcanzaren esas acciones. Muchas veces al plantear metas muy abstractas y genéricas: lucha contra el neoliberalismo, contra la militarización, contra la violencia… resulta difícil identificarse e insertarse a mediano y largo plazo.
Después de plantearse el tipo de acción -con sus variables íntimamente asociadas- y el objetivo público, entra en el análisis el tipo de relación que se construirá con el adversario. Gene Sharp, estudioso clásico de las acciones noviolentas, introdujo un concepto muy útil y utilizado por todos los bandos en la lucha social: el “judo político” (Sharp, 1984, pp. 109-116). Se trata de construir acciones de respuesta a otras del adversario, donde se retomen públicamente contra él acciones suyas ilegítimas, violentas, falsas o ilegales. Allí,
La aparente fuerza y errores del adversario son usados en su contra, lo que exige la construcción pública y en los medios de rupturas epistémicos en la gente (y si es posible en la autoridad), donde con la propias palabras, acciones o documentos esgrimidos por el adversario queden al descubierto sus ilegalidades y abusos. Se avanza así también en otros de los elementos centrales de la lucha noviolenta: desarmar al adversario” y desnudar públicamente la verdad. (Ameglio, 2010, p. 176).
Continuando con la reflexión acerca de cómo plantear en la resistencia civil la relación con el adversario, resulta central poder analizar en qué puntos es más factible que el adversario presente mayor fragilidad moral o material, y allí presionarlo. La noviolencia propone, como complemento en este aspecto, la humanización del adversario a través del diálogo y la negociación, evitando caer en la polarización y la espiral de la violencia, guerra u odio. Para ello siempre es importante conocer algo del proceso constituyente de la identidad compleja e intereses del adversario, lo más posible a partir de registros empírico y objetivos, sin estigmas y pre-juicios, para evitar caer en “empirismos lógicos” ideologizados y fantasiosos que perjudican al propio bando con divisiones, derrotas parciales o totales.
5. LA ESPIRAL NOVIOLENTA: NIVELES DE LAS ACCIONES
Por otro lado, es también importante registrar que existen dos espirales-escalas-termómetros de las acciones: la de la noviolencia y la resistencia civil, y la de la violencia y la guerra -expresados en muchas formas distintas-, y hay una relación central entre el nivel de uno y otro, que al decidir la estrategia o tácticas de la lucha debe medirse y considerarse. En este sentido, resulta también fundamental tomar conciencia que las acciones de resistencia civil noviolenta que un grupo, movimiento o persona emprenda, tienen que buscar tener una relación de intensidad y proporcionalidad con las acciones de violencia que el adversario desarrolle, si no el efecto de presión sobre él será insuficiente, y en lo posible detener la espiral de violencia. Y es claro también que las propias acciones deben medirse según las fuerzas y apoyos de que se disponga, para evitar riesgos, provocaciones, represión o derrotas innecesarias. Sin embargo, a veces al quererse lograr objetivos importantes frente a acciones violentas de alta intensidad del adversario se realizan acciones simbólicas o discursivas de muy baja intensidad en la espiral noviolenta, que de antemano sabemos que no presionarán ni mínimamente al adversario para que ceda ante la justicia. Detrás de este aspecto, muy largamente enfrentado por décadas en las luchas, no hay sólo una reflexión estratégica sino también moral y de evitar la “simulación de la lucha”.
Asimismo y complementando, Martin Luther King hablaba, en relación a las acciones, del “arma noviolenta” con “su extraño poder para transformar y trasmutar a los individuos que se sometieron a su disciplina, dotándolos de una causa que es superior a ellos mismos” (King, 1989, p.92). Consideramos que las primeras armas noviolentas son el cuerpo y la reflexión (un cuerpo que piensa): “No teníamos más salida que la de apercibirnos para la acción directa en la que presentaríamos nuestros propios cuerpos como instrumentos de exposición de nuestro caso ante la conciencia de la comunidad local y nacional” (King, 1989, p.10).
Profundizando ahora en el plano de la acción directa en la lucha social, las acciones de la espiral noviolenta (Ameglio, 2002) van aumentando en su intensidad cuando un nivel no es suficiente para lograr el objetivo buscado en esa lucha. Estas acciones van desde el terreno de la solidaridad con los que luchan hasta el de la lucha social junto a los que luchan, no siendo ambas formas lo mismo. No necesariamente debemos verlas como jerarquizaciones positivas o negativas sino como niveles de compromiso posible para el que actúa, que dependen de la mirada del adversario sobre cada uno y la identificación de un adversario concreto en su identidad social, algo que resulta central para distinguir dónde está el cuerpo de uno y cómo debe defenderse mejor en consecuencia.
En una caracterización inicial acerca de las tipologías de la lucha social noviolenta, escalada según la intensidad de la confrontación y su relación con el orden de lo legal imperante, sostenemos sobre todo por la experiencia personal en muchos talleres y acciones de resistencia civil la existencia de cuatro posibles niveles, cada uno de los cuales en relación con los otros y que interactúan muchas veces simultáneamente y, otras veces, escalonadamente pero no necesariamente secuencialmente, en caso que el anterior nivel no resultara suficiente para llegar a un acuerdo justo para ambas partes en conflicto. Gradualmente, los niveles de la lucha noviolenta activa podrían ser: a) información y diálogo: lo ideal es que los conflictos se resuelvan en este primer nivel donde se busca llegar a acuerdos pactados en encuentros con el adversario, si no es así entonces se hace público el conflicto para abrirlo a más gente (foros, declaraciones, medios, conferencias, volanteos….); b) acción directa o popular: el conflicto se convierte en algo abierto a la sociedad y público, por lo que se desplazan masas en espacios abiertos (marchas, caravanas, mítines, brigadas, peregrinaciones…) para presionar al adversario y ganar fuerza en el número exterior de simpatizantes con la causa; c) no-cooperación social, económica o política: se deja de colaborar explícitamente con alguna de las causas de la opresión o con algún elemento material que da fuerza a la parte adversaria (boicot, huelga, ayuno…), pero no se viola el orden legal; d) desobediencia civil: ante el fracaso de las anteriores tentativas para lograr un acuerdo satisfactorio, se recurre a acciones que infringen e impugnan abierta y conscientemente una ley o reglamento que reproduce condiciones de inhumanidad e injusticia (no pago de ciertos impuestos, toma de tierras, bloqueo de calles…), aún a costa del castigo legal correspondiente. “La desobediencia civil (individual o colectiva) es un derecho imprescriptible de todo ciudadano, no puede renunciar a ella sin dejar de ser hombre…” (Ameglio, 2002, p. 118, 155).
Más en lo específico, sabemos que la desobediencia civil ha sido un elemento significativo en la historia occidental sobre todo desde el siglo XIX, con las luchas obreras, campesinas y por los derechos políticos, civiles y sociales; podríamos afirmar sin rubor que este tipo de acción ha constituido uno de los principales motores de avance hacia lo humano de nuestra cultura, sin esa capacidad de enfrentar masivamente un ordenamiento legal que expropia a muchos su humanidad estaríamos todavía culturalmente muy cerca a la edad de piedra. En principio, además, este tipo de lucha social al llevar el apellido de “civil”, nos remite al terreno de la lucha por la ciudadanía o la ciudadanización de grandes masas de individuos, excluidos de muchos derechos del orden social capitalista dominante, misma que en el siglo XIX -y hoy bajo distintas formas- estaba asociada a la imagen del soldado, pues el ciudadano era un soldado desarmado y el soldado un ciudadano armado, en medio de frecuentes guerras civiles y de ocupación (Marín, 1996).
En México, especialmente en las últimas décadas, hemos asistido reiteradamente -en movimientos y movilizaciones sociales de muy distinto tipo- a una permanente sobreposición entre los conceptos de noviolencia y resistencia con el de desobediencia civil, colocándolos como sinónimos, en una asociación casi mecánica a veces que es muy riesgosa e improvisada. Podría, incluso, construir un desarme de la población y activistas sociales involucrados -directa o indirectamente con sus cuerpos- pues en la desobediencia civil se trata de la etapa de mayor intensidad y radicalidad de la resistencia civil noviolenta, que no debe improvisarse ni hacerse voluntarísticamente, sin una preparación previa con toma de conciencia acerca de lo que son la ley, el orden legal, la conciencia, el castigo (cárcel), la organización, el no caer en provocaciones violentas y tener claro cuándo concluyen esas acciones o procesos.
A su vez, el autor más clásico respecto de esta tipificación de la espiral noviolenta, seguramente es Gene Sharp, quien afirma en su vasta obra de tres volúmenes -donde describe históricamente 198 acciones diferentes- que las técnicas de la acción noviolenta se pueden agrupar y dividir en tres grandes categorías: la protesta social (manifestaciones, declaraciones, peticiones) y la persuasión-distribución de información (prensa, foros, volanteos, acciones simbólicas); la nocolaboración social, económica y política (huelgas, boicot, desobediencia civil); la intervención noviolenta (sentadas, ocupaciones-tomas, bloqueos, gobiernos paralelos), pero no de manera rígida sino como indicaciones de carácter general, según cambie la coyuntura de su aplicación pues incluso una técnica hasta puede transformarse en otra (Sharp, 1984).
6. CONCLUSIONES Y APRENDIZAJES DE LA RESISTENCIA CIVIL NOVIOLENTA EN MÉXICO
Como apuntábamos antes, las principales armas noviolentas tienen como trasfondo la acumulación de fuerza moral –derivada también del incremento de fuerza material- y la firmeza permanente (a veces significa no moverse de un lugar hasta lograr la demanda) para lograr los objetivos de la lucha. Por ello resulta tan importante lograr que la verdad de una lucha sea muy visible y conocida en la sociedad - a través de los medios y las acciones públicas-, para que la autoridad -por la presión social- sea forzada a aplicar la justicia. La experiencia histórica nos muestra cómo la suma de más cuerpos a la lucha constituyen justamente ese incremento de fuerza moral y material, tratando que lo más posible esos cuerpos se constituyan en armas morales y no sólo en simpatizantes con “obediencia ciega”.
Dentro de esta sumatoria de legitimidad, resulta importante para el proceso de la confrontación social el poder social que tengan esos cuerpos, no porque los consideremos humanamente mejores que otros -o que mismo los nuestros- sino porque no podemos desconocer el observable social del “cuerpo como territorio del poder” (Forte y Pérez, 2010, pp. 11-15), y que el orden social en su parte violenta está basado en una “asimetría de poder”, que busca perpetuar y reproducir lo más posible. Además, en la lucha noviolenta estos cuerpos forman parte central de un arma llamada “reserva moral” de una sociedad, que si se logra que “meta el cuerpo” en el espacio público en acciones con determinación correspondiente y proporcionales al nivel de violencia que se enfrenta (muchas veces de no-cooperación o desobediencia civil, más que declaraciones y actos simbólicos), representa una presión mayor y a veces decisiva hacia el adversario. Utilizamos expresamente el término de meter el cuerpo, y no poner el cuerpo como muchas veces se usa, para enfatizar que en medio de una lucha social el adversario se resistirá -de muy diferentes formas- a que más cuerpos se sumen a la fuerza del otro que enfrenta, por lo tanto buscará impedirlo, a lo que los cuerpos que vayan a involucrarse en acciones directas en su contra deberán forzar su intervención pública, resistiendo a muchas presiones del poder. De ahí que el concepto más preciso sea meter un cuerpo -casi a la fuerza- abriéndose paso entre muchos obstáculos, forcejeando, raramente será ponerlo en forma tersa, pues el adversario sabe que al hacerlo se está metiendo ese cuerpo en el terreno de la lucha social y ya no en el de la solidaridad, y eso es lo último que quiere que suceda.
Justamente por esta falta de compromiso en acciones de mayor intensidad y presencia de cuerpos en el espacio público, es que la frontera moral (Ameglio, 2016) de la inhumanidad ha avanzado tanto en México en cuanto a normalización de la guerra e impunidad. Los grandes actores de la resistencia civil han sido los familiares de víctimas de la muy mal llamada guerra al narco, junto a los pueblos y comunidades indígenas-campesinas que han enfrentado muy solos a sus agresores y explotadores que permanentemente han buscado despojarlos o exterminarlos selectivamente. Por la proporcionalidad necesaria a las violencias que les atacan, estos grupos y movimientos sociales han tenido que recurrir constantemente a formas noviolentas de no-cooperación y desobediencia civil, y en los casos de la seguridad comunitaria a formas incluso de autodefensa. Particularmente, la identidad social de los familiares de desaparecidos y asesinados ha sido atravesada por grandes cambios en estos últimos diez años, pasando desde la indiferencia o apatía social de origen; a denunciar en mítines públicos, medios y procuradurías la violencia contra sus seres queridos, su dignidad y magnitud; a convertirse en defensores de derechos humanos; para finalmente transformarse en luchadores sociales y constructores de paz ejemplares organizados a todo lo largo y ancho del país en colectivos. Por supuesto, que no pueden dejar de ser víctimas pero lo son como luchadores sociales activos que buscan construir la justicia y la paz en el país, y no sólo como sujetos pasivos autocentrados en su círculo de dolor y frustración. Ya descubrieron que la lucha social da vida, esperanza y sentido a todo, como afirman ellas: estamos de pie, enteras.
La identidad moral y social creciente de los familiares de víctimas, su capacidad investigativa, de operación, de lucha social, de construcción de paz, y la urgencia por humanizar algo más sus vidas cotidianas, les ha llevado a construir -sobre todo desde el 2016- en forma nacional, una de las acciones de resistencia civil noviolentas más emblemáticas y radicales posibles, no sólo para México sino mundiales: las Brigadas Nacionales de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Precisamente mientras escribo este artículo, estamos viviendo en Morelos (donde vivo) la VI brigada nacional -antes y ahora siguen habiendo muchas brigadas locales y regionales- de la Red de Enlaces Nacionales que tiene 164 colectivos, con presencia en 24 estados del país y más de 250 familiares de todo el país presentes durante dos semanas, además de muchxs personas de grupos de apoyo.
Los familiares en su identidad de luchadores y constructores de paz, han decidido “Tomar en sus manos, sin pedir permiso” (como diría el comandante David en Oventic en 2003), la búsqueda en campo -con vida o en fosas clandestinas- de sus seres queridos, a partir de primero tomar conciencia del poder individual y social que tienen, y después en una “vuelta de tuerca moral” decidiendo usarlo para enfrentar a todos los actores de la impunidad y la violencia contra sus seres queridxs. Es importante reflexionar que no es una acción mecánica pasar de la toma de conciencia del propio poder a usarlo para enfrentar a la autoridad, sino que son procesos muy complejos de mucha organización, valor y rupturas intelectuales, epistémicas y morales. Pero asimismo resultan indispensables para poder meter el cuerpo en una lucha social, del carácter que sea.
La acción colectiva noviolenta de buscar en vida o en fosas restos humanos y materiales, es una acción directa autónoma que nace en el terreno de la no-cooperación pues los familiares tomaron la decisión de realizarla a pesar de todo tipo de amenazas y presiones de las autoridades para que no lo hicieran, pero ellos tomaron conciencia que seguir esperando que lo hicieran autoridades que nunca lo harían, era una forma de co-operar con la simulación y la impunidad. Decidieron entonces ejercer su legítimo derecho a la “desobediencia debida a las órdenes inhumanas” (Marín, 2014, p.49), y hacer ellos mismos la búsqueda con sus manos, recursos y aliados. Con el tiempo, y especialmente con este gobierno federal más honesto y comprometido con su causa, el carácter de no-cooperación ha aumentado y se ha enriquecido con muchas identidades sociales de lucha y solidarias de todo el país y fuera, pero también ha aumentado la co-operación con instancias de gobiernos de los tres niveles, debido a la gran legitimidad y fuerza moral que han ido acumulando estas redes de familiares.
La etapa actual ha avanzado mucho en cuanto a la cantidad de brigadas de búsqueda (las hay cada semana por todo el país) y al encontrar muchísimos restos de todo tipo, pero falta aún demasiado en la etapa siguiente que es la identificación forense y genética de esos restos, por graves problemas de infraestructura y fondos, pero sobre todo por la falta de priorización del problema desde los poderes públicos. Originándose así una doble-victimación: hallaron un cuerpo u objetos materiales, pero no saben si son de su ser querido.
En cuanto a la estrategia de los colectivos y redes de familiares, también ha habido cambios en estos últimos años, siendo uno central el que se refleja en su consigna básica: "No buscamos culpables, buscamos tesoros”. Muchas familias, después de tantos años de búsqueda infructuosa de todo tipo, han decidido -con toda legitimidad y derecho- que su prioridad es encontrar a sus seres queridos -y sepultarlos si es el caso- en el estado que estén y recuperar en algo una vida más humana individual y familiar. Unido también a que han comprobado totalmente el nivel de contubernio en la violencia a sus seres queridos, entre las autoridades de todos los niveles y el delito organizado, sabiendo que por eso la impunidad casi no podía romperse. Han decidido, entonces, dejar de lado -al menos momentáneamente- la búsqueda de la justicia para priorizar la búsqueda de los cuerpos vivos o no, y así tener más esperanzas de llegar antes a la verdad. Un ejemplo interesante de acción noviolenta al respecto, lo tenemos en esta VI Brigada con la campaña del Eje de iglesias “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, inspirada en esa frase de Jesucristo, y que busca que la sociedad les ayude a encontrar el camino de la fosa clandestina, la verdad de dónde fue y recuperar una forma nueva de vida para la familia. Para ello se han colocado “buzones de paz” en distintas iglesias y congregaciones ecuménicas de todo tipo en Morelos, fomentando que la gente coloque allí papelitos con información anónima sobre datos para la búsqueda. Los familiares saben muy bien, por experiencia, que sin el apoyo solidario y anónimo de la sociedad civil es tarea casi imposible encontrar restos en paisajes infinitamente extendidos y llenos de obstáculos.
En este aspecto, esta lucha social de los familiares contra la mayor inhumanidad que atraviesa a México con 91 mil desaparecidos en agosto de este año según cifras oficiales, y cientos de miles de asesinados, está creciendo pero aún falta profundizar la organización, radicalidad y proporcionalidad de las acciones de resistencia civil noviolenta, incorporando también a los más sectores y organizaciones sociales para aumentar la reserva moral necesaria para enfrentar a tamaña violencia legal e ilegal. Logrando así, por ejemplo, que cada uno de nosotros y las jerarquías eclesiales, universitarias, intelectuales, artísticas…metamos nuestros cuerpos en la calle, así como nuestros recursos materiales, humanos y espirituales, y aumentemos nuestra determinación e “indignación moral y material” -poderosas armas noviolentas si encauzadas estratégicamente- (Hessel, 2010) o rabia (Arendt, 2005), al servicio de los familiares para ejercer una verdadera presión y firmeza permanente ante las autoridades. Cuidando siempre, lo más posible, que exista una proporcionalidad de intensidad entre nuestras acciones colectivas y las del adversario en relación al objetivo parcial y final de la lucha -desde lo estratégico y táctico-, lo que conlleva todo un arte y desafío epistémico y moral muy complejo para la construcción de justicia y paz: que la espiral de la resistencia civil noviolenta prevalezca y detenga a la espiral de la violencia y la guerra.
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Cómo citar / citation: Ameglio,
P. (2022). Noviolencia y Resistencia Civil: Una Mirada Teórica desde la Lucha
Social, Estudios de la Paz y el Conflicto, Revista Latinoamericana, Volumen 3, Número 5, 201-215. https://doi.org/10.5377/rlpc.v3i5.12795