Revista unah Sociedad, n.º 10, 2025, pp. 161-169
doi: https://doi.org/10.5377/rus.v7i10.21239
En ese marco, el Estado y sus componentes son un campo de disputa, y las universidades públicas,
como parte de este, participan en la disputa del sentido común. Su capital simbólico debe ser empleado
en favor de un proyecto y consenso democrático y democratizador, lo que implica que la extensión, en
tanto función que dota de porosidad a la universidad, no es neutral, ni debe serlo.
Mecanismos democratizadores de la extensión universitaria
El vínculo entre universidad y democracia, como vimos, es de larga data en nuestro continente. Ahora
revisemos cómo es que dicho aporte se lleva a la práctica desde la extensión.
El principal aporte que hace la universidad desde esta función es por medio de la democratización
del conocimiento, ya sea poniendo a disposición ese conocimiento para resolver alguna problemática
presente en la sociedad, atender alguna oportunidad que se puede abordar desde el conocimiento aca-
démico o divulgando dicho conocimiento a la ciudadanía que no es parte de la comunidad académica.
Estas aristas aportan de diferentes maneras al proceso de democratización.
De estas variadas posibilidades se desprende un largo repertorio de prácticas que son terreno fértil
para lograr articular las diferentes funciones universitarias, concretando la denominada integración de
funciones. Lo anterior impacta en diferentes ámbitos, tanto dentro de la propia universidad y su comu-
nidad, como en los territorios y sus comunidades.
Por un lado, a nivel interno de las universidades, la extensión y su integración con la docencia y
la investigación logran, al menos, fortalecer la formación de las y los propios estudiantes mediante la
formación experiencial, tanto en la aplicación de su conocimiento disciplinar como en sus habilida-
des socioemocionales; por otro lado, permiten generar dinámicas pedagógicas democráticas, desde la
transformación de la relación profesor/a-estudiante; finalmente, relacionan las agendas de investiga-
ción con las necesidades de la sociedad, generando conocimiento e información para el desarrollo de
los territorios y la superación de desafíos presentes en los mismos (Menéndez & Tarabella 2017; Rafa-
ghelli, 2017; Abeledo & Menéndez, 2018).
Además de los aportes internos, nos encontramos con las contribuciones a nivel extrauniversitario,
que en este trabajo es de mayor interés revisar.
La universidad reconoce la existencia de conocimientos existentes en el resto de los actores sociales:
conocimientos y saberes experienciales que se activan en la práctica (Sartorello & Peña, 2018) y revisten
una acumulación de aprendizajes colectivos desde la experiencia, que son fundamentales para el desa-
rrollo de las clases subalternas.
Esta suma de conocimientos posibilita la acción colectiva y la autoconstitución mediante el auto-
conocimiento (Zavaleta, 2009). Con ello, este conocimiento dialoga con el conocimiento académico
desde un presupuesto de equivalencia (Mejía, 2016; Cavalli Dalla Rizza, 2020), diálogo que la exten-
sión se responsabiliza de articular.
Es así como, desde un horizonte democratizador, las prácticas extensionistas, disponiendo los co-
nocimientos universitarios, deben poner en cuestión las diferentes condiciones sociales y relaciones de
poder que reproducen valores no democráticos. Con ese conocimiento, los múltiples grupos y capas
sociales que habitan en los territorios vinculados se apropian del conocimiento. Con ello, este conoci-
miento universitario, sumado al propio, junto con su experiencia, historia y cultura, constituyen capa-
cidades para analizar su propia realidad, generando y estimulando el autoconocimiento.
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