Tres cuenterestes
DOI:
https://doi.org/10.5377/entorno.v0i30.7297Palabras clave:
Cuentos, RelatosResumen
De ahí no salíamos sino a la medianoche, cuando a veces el cielo estaba poblado de estrellas dispersas en su azul profundo y limpio, o igual cuando semejaba una negra y densa capa presagiando tormenta o desatándola ya, lo cual nos obligaba a bañarnos impertinentemente mientras cubríamos el camino a nuestras casas.
Como era alto, destacaba, y como era conocido por su brillante erudición, siempre le respetaban. Al momento de llegar, ya había despachado el primer par de tragos, y no dejaba de mascar los trocitos de caña o de pasar el amargor del salado jocote de azucarón que nos servían para acompañar las bebidas. Era siempre él, pues, primo ocupandi.
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