Los mejores fandangos de la lengua castellana
DOI:
https://doi.org/10.5377/encuentro.v0i101.2127Resumen
En la andaluza ciudad de Huelva, un día del tórrido verano de 1959, a la hora de la siesta, a Francisco Javier Hernández Bañares y a quien suscribe se nos ocurrió componer algo así como Las mil peores poesías de la lengua castellana, y jóvenes y decididos como éramos (y con otras fechorías semejantes o peores en nuestro haber), pusimos de inmediato manos a la obra. Muy pronto, pues además de jóvenes y decididos no éramos lerdos, se nos hizo evidente la mayor y más insalvable dificultad de la empresa. El mal poeta escribe mala poesía de una manera absolutamente natural, pero escribir mala poesía... adrede, debe ser una tarea sólo reservada a los elegidos: esto es, a grandes poetas dedicados aposta a escribir mal. Y nosotros no éramos ni siquiera poetas, ni buenos ni malos. Así que buscamos otra opción. ¿Qué cosa más natural, para gente de Huelva, que componer Los mil mejores fandangos de la lengua castellana?
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