José Trinidad Reyes Sevilla
Abstract
Transcurría el año de 1854. En una pequeña casa, situada al costado de la extinguida iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, comunicada con el templo por medio de la sacristía, se deslizaban risueños los días de mi infancia. Los sábados me causaban grande alegría, porque se celebraba en la vecina iglesia la misa de la Virgen. Al despuntar el alba, despertaba casi asustado por los bulliciosos repiques que convidaban a los fieles. En ese estado indeciso, intermedio de la vigilia y el sueño, recordaba que tenía un amigo cariñoso en la sacristía, y encaminábame a verle, sin ocuparme en perseguir, como otras veces, a los gorriones que revoloteaban en torno de las flores de un hojoso limonero que ornaba el estrecho patio de mi humilde hogar. Todo lo dejaba, sin sentimiento, para encaminarme ligero y alegre a la sacristía, que una mano amiga me dejaba entreabierta.
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