Honduras y el final de una epopeya de 200 años
DOI:
https://doi.org/10.5377/innovare.v10i3.12991Resumen
En el capítulo final la luna oculta al sol en un eclipse total. Honduras queda en tinieblas y los ciudadanos entran en un estado de profunda hipnosis. Los dioses precolombinos olvidados en el tiempo ofrecen al pueblo un último regalo: el don de la introspección. El alma colectiva de los hondureños indaga en su pasado remoto. Ven a un campesino maya sembrar la tierra. Luego a un aborigen cargado de mercancías que se desliza en una canoa. Observan a los hombres blancos de ojos claros que arriban a las islas y costas del país. Miran a los verdugos europeos apoderarse de sus vidas, de sus tierras y riquezas, ven a sus compañeras violadas y a sus caciques decapitados. Ven a sus dioses y cultura arder y a una nueva deidad alzarse junto a su comitiva de santos. En un minuto de introspección sienten el dolor de siglos de penurias. Un grito de libertad comienza a escucharse y la corona española no lo puede callar. Observan a un sabio inclinado frente a libros. El sabio afirma que los indios representan la mayor parte de la población y que es imposible que la patria sea feliz si la mayoría de ellos sufren. El grito de independencia es escuchado hasta en el último rincón. La figura de un hombre se alza en medio de una sangrienta batalla.
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Derechos de autor 2021 Juan José Bueso
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